jueves, 20 de agosto de 2009

EL TIPO DE AL LADO

Llegué al cuadradero de buses de Santa Cruz terminal entre Cundinamarca y Ayacucho en medio de una leve llovizna que empezaba a mojar las calles de la afanada Medellín. Digo afanada porque a esa hora, 7 de la noche, la gente empieza a desesperarse y a caminar más rápido porque el estómago ya pide comida; el frío hace que nos imaginemos dentro de las cobijas mientras vemos tv y a los conductores parece como si se les metiera el mismísimo demonio y hace que aceleren, piten, frenen, se arranquen los pelos y le echen la madre a cualquiera que se les atraviese.

Yo también comenzaba a desesperarme y movía los pies y las manos como si tuviera algún tic nervioso; los buses llegaban al cuadradero repletos y sólo unos cuantos osados se atrevían a subirse e irse casi colgando de la puerta. Entre más esperaba, más llenos llegaban.

Decidí caminar entonces hasta el Parque de Las Luces donde queda el cuadradero principal; algún puesto tenía que encontrar, pensaba. Atravesé la carrera 53 (Cundinamarca) y casi llegando al parque la suave brisa que caía se convirtió en un fuerte aguacero, uno de los peores de la epoca invernal que afrontaba la ciudad. Tuve que pararme a escampar en una heladería del sector que si mal no recuerdo se llamaba precisamente “El Recuerdo”. Tres prostitutas vinieron hacia mí enseguida ofreciendose como si fueran productos y yo un selecto comprador; pero lo único que me producieron estas mujeres fue repugnancia y ganas de vomitar, no porque no me gusten las mujeres sino porque las que estaba viendo no tenían nada que yo pudiera desear.

Una cuarta prostituta se acercó pidiendo que me dejaran en paz, las demás la miraron con cara de reclamo y desaprobación. Noté algo raro en la mirada de aquella chica, ella no dudaba en mostrar su verdadera cara, la de completo desagrado por el trabajo que realizaba; ni siquiera se inmutaba a ofrecerse como las otras, simplemente esperaba sentada a algún cliente que llegara y la eligiera. Al menos es más bonita que aquellas, pensaba.

Sonaron dos canciones de Darío Gómez que hasta canté y tal vez por eso fue que llovió más duro. Me resigné y me senté en una de las mesas de la heladería a seguir esperando que escampara. Otra mujer se acercó a mí, en principio la confundí con una prostituta, pero después me dí cuenta de que era la mesera.

-Papito si no consume no se puede sentar. Usted verá si le traigo algo o sino se me va parando.

Pedí una cerveza, me dijo que sólo había Pilsen. Ni modo, tocó tomarme esa amargura.

Vi a la chica rara entrar corriendo al baño, instantes después llegó un tipo buscando algo y finalmente tambien corrió hacia el mismo baño. Antes de eso ya había escampado, tomé el último trago de esa cosa que se hace llamar cerveza; llamé a la mesera para pagarle, tenía ya el billete en mis manos cuando sonó un disparo; el tipo que había llegado salió despavorido hacia la calle y la mesera entró al baño y me dejó con el dinero en la mano. Luego gritó como loca y salió llorando.

-Paridas mataron a la Ilda, ese man la mató... ¡Ay no! ¡Por qué!.

Entaron todas las putas en corillo y yo aproveché para marcharme sin pagar la cuenta. Cuando me subí al bus sólo había un puesto desocupado al lado de un tipo un poco alto, de ojos sarcos, cabello mono pero maltratado, llevaba puesta una chaqueta de cuero café y en su mejilla derecha tenía una cicatriz grande. Me senté algo incomodo, aquel tipo olía a marihuana y movía los pies y las manos como si estuviera desesperado; o mejor dicho nervioso porque al instante recordé que así como él era el hombre que mató a la prostituta.

El bus arrancó y yo viajaba sentado como quería, pero con un asesino al lado.

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