Desde que se creó, ha acompañado las parrandas de costeños, cachacos, vallunos, paisas, de locales y extranjeros que encontraron en esa combinación de ritmos el pretexto ideal para mover caderas y pies, entonando líricas referentes a la tierra, al amor, al desamor, a las cosas sencillas.
Un poco más de un siglo, el vallenato fue el consentido de la casa con exponentes como Alejandro Durán, Emiliano Zuleta, Lorenzo Morales, Rafael Orozco y el inconfundible e inolvidable Rafael Escalona quien inmortalizó letras como El testamento, honda herida, la mala suerte y la utópica, romántica y voladora casa en el aire, que por el cielo le ha dado la vuelta al mundo.
Traducida en por lo menos 5 idiomas y combinada en aproximadamente 8 ritmos, esa casa en el aire se convirtió en el emblema de quienes no nos cansamos de soñar con alcanzar el cielo, vivir alto, sin dejar de ser sencillos, alimentando nuestros sueños.
Sin embargo, esa casa en el aire parece derrumbarse mientras otros ritmos más agresivos se abren paso. Ritmos que no son nuestros, están desplazando las raíces propias hacia el más recóndito rincón del olvido donde no hay testamento que valga, donde no se pueden construir más casas en el aire.
Entonces nos queda una honda herida y sentimos que la mala suerte ha llegado al escuchar cada vez menos la magia del acordeón que hace esfuerzos gigantes por hacerse notar en manos de Alfredo Gutiérrez, Lisandro Mesa, Jorge Celedón y hasta el mismo Pipe Peláez quienes todavía se preocupan por componerle letras a la parranda, al terruño, a un borracho, a una mujer, a una madre, a Colombia, a un santo, a un tren, a un cafetal, a esta vida, al amor más grande del planeta, a un hijo de tuta, a soledad.
No como otros cantautores que se dicen vallenatos, por ejemplo, Carlos Vives que abandonó por completo sus raíces para hacer un pop con acordeón igual que Fonseca, Silvestre Dangond, el Binomio de Oro y otras tantas agrupaciones, que en su mejor época fueron grandes exponentes del vallenato puro y que ahora, absorbidas por lo comercial, cambian la guacharaca, el acordeón y la caja por guitarras, baterías y mezclas digitales que hacen que ese ritmo que encantó a muchos pierda toda magia y no le quede más remedio que morir entre telarañas y polvo, esperando a que alguien lea el testamento, ese de Escalona y haga cumplir lo que en él está escrito: “que te habla de aquel inmenso amor que llevo dentro del corazón y dice todo lo que yo siento, que es pura pasión y sentimiento, cantando con el lenguaje grato que tiene la tierra de Pedro Castro”.