Hoy estoy en el centro de la ciudad tratando de revivir una de las muchas historias que guarda el Parque Berrío, corazón de Medellín.
Recuerdo que cuando era pequeño mi padre siempre me traía los fines de semana a este parque después de ir a cine. Llegábamos a las 4 de la tarde, nos comíamos una paleta, un helado o crispetas y veíamos aparecer la noche.
Mi papá me contaba una y otra vez la historia de este lugar, pero yo nunca me cansé de escucharla y ahora me la se de memoria. Lo construyeron en 1680 y desde entonces ha sido considerado el centro de la ciudad y el lugar de encuentro por excelencia de muchas personas; pero antes del parque existía una iglesia, la misma que ha permanecido hasta ahora, La Candelaria, construida en 1649. La plaza principal, como se le llamaba al que ahora es Parque Berrío, era el lugar de reunión de los feligreses antes y después de la eucaristía. El mercado público también encontró aquí su espacio entre 1784 y 1892 y alrededor del parque habitaban las familias más adineradas de la ciudad.
Cada que pasábamos por la estatua de Pedro Justo Berrío mi padre se quedaba mirándola fijamente, luego me decía que había sido un gran hombre, un gran político del siglo XIX, que como esos ya no hay. En 1895 inauguraron la estatua y desde entonces la plaza pasó a ser parque, el Parque de Berrío.
Entre las historias que me contó mi papá recuerdo una en especial, la de los incendios que sufrió el parque en 1917, 1921 y 1922. Los supersticiosos de la época afirmaban que una maldición había caído sobre el parque y la gente adinerada que habitaba alrededor de él; ya que los incendios fueron tan voraces que arrasaron con la mayoría de casas llevándose las riquezas de los que después serían llamados también pobres.
Existió una dama de la cual nunca supe el nombre, mi padre tampoco; pero se dice que era muy rica y egoísta, que salía poco de su casa y cuando lo hacía no dudaba en mostrar su riqueza luciendo vestidos finos y joyas traídas de Europa; vivía sola porque le daba pánico compartir su dinero.
El primer incendio se le llevó las joyas, el segundo los vestidos y el tercero lo que quedaba de su casa. Dicen que la dama enloqueció en el mismo instante que vio al fuego derrumbar su casa, rasgó el vestido que llevaba puesto y que era el único que tenía; se arrastró por el suelo gritando y arrancándose el cabello, y encontró en el Parque Berrío un hogar sin techo y sin riquezas, pero al fin y al cabo hogar.
La gente que pasaba a su lado la insultaba y le lanzaba piedras que ella luego mordía confundiéndolas con un pedazo de pan; así fue como perdió sus dientes y sin herramientas para masticar los pedazos de pan, se dejó morir de hambre.
Ahora el Parque Berrío es la zona financiera de la ciudad, pero sigue siendo por excelencia el lugar de encuentro de todo tipo de gente, ricos y pobres, blancos y negros, de la ciudad o extranjeros; todos encuentran en este parque el pasado, presente y futuro de Medellín.
Y unos pocos como yo encontramos en este lugar la tranquilidad y el calor de hogar que no vemos en nuestras casas. Pero ese calor hoy es más intenso, tal vez por el sol que brilla imponente en el cielo o tal vez por el nuevo incendio que se acaba de desatar esta tarde de abril de 1990 en el recién remodelado y modernizado Parque de Berrío y que se lleva consigo los últimos recuerdos que quedan de su historia, y también los últimos recuerdos que me quedan de mi padre que murió víctima de una balacera en este parque.
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